Middlesex, Jeffrey Eugenides

Ay, Middlesex, qué gran novela. Entretenida no, entretenidísima. Perfecta para estar -como efectivamente he hecho- leyéndola durante horas en la playa. El argumento no podía ser más atrayente para mí en este momento: la vida de un hermafrodita (¿no debería ser la palabra hermafrodita neutra en español?). 

Conociendo a Eugénides esperaba una historia intimista y delicada sobre la problemática de la identidad sexual y emocional del alguien que siente y posee físicamente ambos sexos a la vez. Pero el autor prefiere otro enfoque y lo que a mí me interesaba realmente queda muy poco desarrollado en la novela. Hasta que Calíope Stephanides agarra la voz narrativa como protagonista esencial pasan exactamente 400 páginas, en las que se nos cuenta la Odisea de la familia Stephanides desde Esmirna hasta Detroit durante tres generaciones (lo de Odisea no es un cliché, es el tono exacto de la novela, en la que Eugenides ironiza imitando a Homero).

La novela tiene un aliento épico buscado y logrado. Se queda a medias entre Franzen (no tan crudo), Irving (no tan empalagoso) y García Márquez (no tan retórico), en fin, que se puede decir que tiene voz propia, y cómo escribe, madre mía, cómo escribe. Me encantan estas sagas familiares clásicas (vestigios de los cientos de best-sellers del Círculo de Lectores que leí en mi primera adolescencia, seguro), me encantan los monstruos narrativos, así que ok, no problem.

Pero qué ocurre cuando la ambigua Calíope emerge del relato familiar para hablarnos de ella misma, para detallarnos sus primeras peripecias sexoamorosas. Oh, dioses. No puedo describirlo, simplemente hay que leerlo, porque esas pocas páginas son la narración del deseo sexual más puro y emocionante, ese que se niega y se consiente a la vez. Son lo más arrebatador que he leído en mucho tiempo. Son una joya para aquellos que tuvimos (y seguimos teniendo) una sexualidad ambigua.

Tímidamente aparece en la novela lo que yo buscaba en ella: la reivindicación, el meterse en harina con el asunto de las "anomalías sexuales" en sociedad. Las comillas que he puesto son muy comillas, porque asumo como si fuera mío el siguiente fragmento de la novela:

"Pero empezaba a entender algo de la normalidad. La normalidad no era normal. No podía serlo. Si la normalidad fuese normal, nadie se preocuparía de ella. El mundo podía quedarse tranquilo y dejar que la normalidad se manifestase por sí misma. Pero la gente tenía dudas sobre la normalidad, y sobre todo los médicos, que no estaban seguros de que se manifestara como era debido. De modo que se sentían inclinados a corregirla".

Y ya mucho más directo y sugerente es el capítulo "Hermafrodito". Refrío un poco: En los 70 la ambigüedad en el aspecto físico de hombres y mujeres estuvo a punto de hacer desaparecer las diferencias sexuales, además de la creencia en que el entorno social puede modificar completamente a los seres humanos; pero entonces surge la biología evolutiva, esa férula: todo ser humano lleva inscrita la marca de la genética y la evolución.

Ante esto Cal/Calíope se rebela porque su sexualidad no la coloca en ningún sitio, tan sólo el DESEO la guía. Y esto es lo que me importa y le importa a Cal/Calíope: el deseo, el deseo NO engaña, hay que escucharlo. El personaje acaba reivindicando lo siguiente: "La biología nos da un cerebro. La vida lo convierte en intelecto". 

Una vocecita perversa me susurra: el intelecto es un espejismo.
Quizás sí. Pero qué no lo es, a estas alturas.

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