Toño y Lola.

Cada vez que cojo el pomo de la puerta del la Facultad de Filosofía se me pone la polla dura. Es automático, pulsión pura. En el piso primero, en el aula 103, ella está a punto de acabar su clase de Sintaxis Española. Cada vez que toco el jodido pomo se me agolpan el la cabeza todos los polvos rápidos que me ha obligado a echarle en los últimos tres años. Como esas diapositivas de tu vida que dicen que te pasan por la cabeza cuando te mueres, pues yo veo esos polvos.

Por aquel entonces, cada vez que se emborrachaba o se metía más rayas de la cuenta, dejaba a su novio abandonado para buscarme por los bares, agarrarme del pañuelo del cuello y, dejando a mis amigos boquiabiertos, llevarme al baño a follar.

Nunca hablamos. Yo sólo me colaba en sus clases de 1º de bachillerato para amedrentar a sus compañeros de clase y ojear a la nueva remesa de adolescentes impresionables por los mayores del instituto. Pero, en realidad, era ella la que nos escrutaba a nosotros. La primera vez no pude correrme, me quedé ahí, con la polla inmensa a punto de explotar dentro del condón. Era la primera fiesta de instituto para ella y yo me había apostado en el baño de las chicas, a ver qué pasaba. Entró dando tumbos, me miró de reojo y se puso a mear sin cerrar la puerta. Ni siquiera enfocaba bien la vista de puro borracha que estaba. Cuando salió, sin mediar palabra, me agarró de las solapas de la cazadora de cuero y me arrastró al baño. Yo la tenía durísima, verla mear me había puesto a cien. Ella se metió mi polla de golpe y se hizo daño: no calculó lo grande que la tengo y pareció sorprendida. Me metió una sesión intensa de una hora y luego se largó sin mediar palabra. Cuando salí del baño me la encontré en la puerta del pabellón, vomitando gominolas de colores sobre su recién estrenado jersey de Metallica. Su amigo Marcos se alejaba corriendo de la escena, llorando a lágrima viva, supongo que esperaba arrancarle ese beso que se había estado trabajando durante todo el trimestre.

En el siguiente baño tuve un poco más de suerte: había un espejo de cuerpo entero en el que pude mirarla hacer mientras follábamos sobre la taza del váter. Esta vez sí me corrí. A partir de ahí, un rosario de violaciones más que consentidas jalonaron los dos años y medio que pasaron hasta que ella se graduó y empezamos a coincidir en el autobús que nos llevaba a la Facultad. Una vez encontré un asiento vacío a su lado y me senté. Se puso a sudar de repente, parecía una niña acosada por un señor rijoso, hay que joderse. Comenzamos a hablar: lugares comunes entre universitarios recién estrenados. Me metí mucho con ella, quería herirla, entonces no sabía por qué. Pero ahora sí lo sé. Ella se ruborizada cada vez (¡hay que joderse!), pero aun así la muy puta se cuidó muy bien de decirme sus horarios, de repetirme dónde daba clase cada uno de los puñeteros días de la semana. Yo siempre me bajo una parada antes que ella, le dije adiós, imperturbable.

Y aquí estoy, en la puerta de la Facultad de Filosofía con la polla dura. Tardé un mes en pertrecharme con mi mejor sonrisa irónica, la de “no me importa una mierda nada”, para hacerme el encontradizo en el pasillo de su Facultad. Ella se puso como un tomate, al fin y al cabo, qué pintaba un ingeniero de 2º allí por casualidad. No es tonta. Lo supo y yo lo supe, pero no dijimos nada. Nos fuimos al parque con mi coche y la obligué a chuparme la polla allí mismo, a las 12 de la mañana, rodeados de esos abuelos jubilados que se dedican a vigilar el mundo. Ella se lo tragó todo sin rechistar. Yo comencé a meterme con ella otra vez, a reírme de lo sumisa que era, de lo mucho que se había ruborizado. Entonces habló. Me dijo, muy serena, que me callara de una vez. Me dijo que si quería salir con ella, que dejaría a su novio y que saldría conmigo, pero que me callara de una puta vez.

Qué cojones le iba a decir más que que SÍ.

Ahora, cuando follamos, me dice que a veces en el orgasmo se le nubla la vista y lo ve todo violeta. También me pide por favor que la penetre muy despacio, que la tengo tan grande que le hace daño. Me dice que me quiere. Ahora el que siempre se ruboriza soy yo.

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