La muerte del comendador, Haruki Murakami

En las últimas obras de Murakami predomina la relación de experiencia estética con lo trascendente. El tema siempre ha estado presente de un modo u otro sus obras; en las dos últimas series de novelas se constituye como núcleo temático esencial y único.

Conozco muy poco la cultura japonesa, pero viendo la película Cuentos de la Luna Pálida, de Kenji Mizoguchi, creo adivinar que la relación fluida entre lo real y lo trascendente puede ser algo consustancial a la misma.

Esa orientación hacia lo espiritual parece ser importante para Murakami, puesto que domina la narración de forma absoluta,  hasta el punto de repetir de modo exacto una alegoría que me resultó de radical originalidad (o desconocimiento de antecedentes culturales por mi parte) en su anterior novela 1Q84: la concepción inmaculada o, más exactamente, diferida. La trama no le importa mucho, de hecho la resuelve en las tres últimas páginas de la novela, mientras que la recreación de un mundo a caballo entre lo racional y lo onírico recorre cientos de páginas.

Esto, que es lo que a mí me interesa, la indefinición, la suspensión de lo real a través de lo metafórico para acceder al conocimiento, se desmorona en la última página. Horror. Decepción. Murakami explicando la esencia de la novela.

Qué necesidad había de contar al lector que lo que le importa es lo radical subjetivo, la creencia como asidero existencial. 

En fin.




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