Recuerdos del futuro, Siri Hustvedt

"El recuerdo brota en el ahora, en el tiempo vertical. Y el tiempo recordado, como sabes, está marcado por la imaginación".

Es una de las frases de la novela, aunque no es precisamente la que la define. La fragmentación del conocimiento y su esencial inaprehensibilidad es un tema recurrente en Hustvedt. De hecho es el marco intelectual en el que se desarrollan muchas de sus novelas, como El mundo deslumbrante, o ensayos como La mujer temblorosa:

"¿Quién es dueño de uno mismo? ¿Es el Yo? ¿Qué significa estar integrado y no separado en fragmentos? ¿Qué es la subjetividad? ¿Es una propiedad singular o plural?"

"La polifonía constituye el único camino para el entendimiento. La polifonía hermafrodita".

"Vivimos dentro de nuestras categorías, Maisie, y creemos en ellas, pero a menudo se nos mezcla todo. Esa mezcla es lo que a mí me interesa. El caos".

Efectivamente, la mezcla es lo que le interesa. Por eso, su última novela es un compendio de fragmentos de relatos, de fragmentos de recuerdos, de fragmentos de fragmentos. De todas esas historias que se cuentan atomizadas emerge algo importante: la ira.

En su discurso al recibir el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2019, Hustvedt se embarcó en su naos favorita, la que no lleva rumbo fijo. La princesa Leonor la miraba con cara de "parece interesante lo que dice esta señora, pero soy demasiado niña para comprenderlo". La reina Letizia tenía la cara de vergüenza que tienen aquellos que vendieron su cerebro y su corazón al diablo y, cuando se encuentran con alguien puro, arden de envidia. En su discurso decía muchas cosas y siempre eran la misma: el conocimiento es mixto, plástico, ondulante. 

Pero también dijo otra cosa. Otra cosa que nace de ese temblor de manos que se le manifestó por primera vez en el entierro de su padre. En su discurso habló de que nadie debe silenciar a las mujeres, a las niñas.

Como es muy educada no pronunció la palabra ira, no dijo que siente una ira profunda ante el sometimiento de la mujer en la sociedad patriarcal. Como es muy lista, ha escrito este libro en el que manifiesta que ahora lee e interpreta sus recuerdos de otro modo diferente: el de una "anciana erudita".

Habla de un cuchillo, el de la Baronesa, aquella a la que Marcel Duchamp le quitó el mérito de la vanguardia. Habla de más cuchillos, dice: "En mi mundo, Wittgenstein sigue siendo un cuchillo". Y todos esos cuchillos con los que planta cara al mundo de los hombres son las palabras.

El dibujo cierra la novela. En él las mujeres volamos desnudas con el cuchillo del conocimiento y la palabra en la mano.  Y volamos sonrientes, con una sonrisa educada que nace de la ira y de la libertad de poder decir no.

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