Pastoral Americana, Philip Roth

En verano escribí un post sobre esta novela que me quedó muy farragoso. Lo publiqué y lo quité enseguida: era un engrudo. Venía a hablar de Newark, ciudad del estado de Nueva Jersey, EE.UU., en la que nacieron Paul Auster y Philip Roth.

Quería contar de forma amena -sin conseguirlo- cómo Newark es el anclaje para estructurar el discurso narrativo de ambos en las novelas 4 3 2 1 (Paul Auster) y Pastoral Americana (Philip Roth). Empezando por la primera, Newark representa el comienzo de la vida desde la edad de la inocencia; con la segunda la ciudad escenifica el profundo desarraigo del mundo contemporáneo.

En todas las novelas de Roth se revela transparente la soledad del ser humano. Sin embargo, en el final de Pastoral Americana, a diferencia de otras, parece que el autor necesita explicar ese desarraigo:

“La hija había hecho ver al padre. Y tal vez esto era todo lo que ella siempre había querido hacer. Le había dado la visión, visión para ver con claridad a través de lo que jamás será normalizad, de ver lo que no puedes ver y no ves y no verás hasta que tres se añada a uno para que dé cuatro. Había visto la imposibilidad de que procedamos unos de otros. Nacimiento, sucesión, las generaciones, la historia, totalmente improbable… 
Había visto que no procedemos unos de otros, sino que sólo lo parece. Había visto cómo son las cosas en realidad. […] El orden es minúsculo. Había creído que casi todo era orden y que el desorden sólo ocupaba un espacio pequeño. Lo había entendido al revés”

No era necesario decirlo.

Pastoral Americana nos mantiene en suspenso hasta el final por su ambigüedad entre sentimentalismo e ironía. Mientras la leía veía a Tony Soprano con su hijo en el capítulo en el que rememoraba nostálgicamente el barrio de su infancia en Newark, ahora ocupado por negros e hispanos adictos al crack; veía a Lou Levov, lamentándose por la degeneración de la ciudad; veía las bombas de la hija del Sueco y veía las bombas de la novela Leviatan (Auster); y veía a Benjamin Sachs tropezando al bajar de la Estatua de la Libertad porque su madre le suelta la mano. Veía en suspenso y como en estado onírico en un mismo plano la Historia, la Ficción y la Memoria. Y era eso, ese poder evocador, lo que me interesaba, no la explicación del sentido de la novela.

Pese a todo, algo más emerge. Debajo del tremendo esfuerzo -algo machacón para mi gusto- por contarnos a qué se refiere con "pastoral americana", se manifiesta el conflicto existencial que vertebra la obra de Roth: la imposibilidad de la alteridad.

“Los malentiendes antes de reunirte con ellos, mientras esperas el momento del encuentro; los malentiendes cuando estáis juntos, y luego, al volver a casa y contarle a alguien el encuentro vuelves a malentenderlos. Puesto que, en general, lo mismo les sucede a ellos con respecto a ti, todo esto resulta en verdad una ilusión deslumbradora carente de toda percepción y una asombrosa farsa de incomprensión.  Y, no obstante, ¿qué vamos a hacer con esta cuestión importantísima del prójimo, que se vacía del significado que creemos que tiene y adopta en cambio un significado ridículo tan mal pertrechados estamos para imaginar el funcionamiento interno y los propósitos invisibles de otra persona? ¿Acaso todo el mundo ha de retirarse, cerrar la puerta y mantenerse apartado como lo hacen los escritores solitarios […], proponiendo que esos seres verbales están más cerca del ser humano auténtico que las personas reales a las que mutilamos a diario con nuestra ignorancia?”

Roth murió el pasado mes de mayo. Quizás la mejor elegía para Roth sea, precisamente, su obra Elegía.

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