4 3 2 1, Paul Auster

Si 4 3 2 1 y El mal de Portnoy fueran trasuntos de Dickens serían Londres y París en Historia de dos ciudades:

"Es el mejor de los tiempos, es el peor de los tiempos. Es la edad de la sabiduría, y también de la locura. Es la época de la fe, y también de la incredulidad, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. 
Lo tenemos todo pero no somos dueños de nada, caminamos derechito al cielo pero tomamos el camino al otro lado. En fin, esta época es tan parecida a todas las épocas, que nada de lo que aquí voy a contar debería, en realidad, sorprendernos. Nada. Ni el perdón, ni la venganza, ni la muerte, ni la resurrección".


Auster representa el mejor de los tiempos, Roth el peor. Ambas novelas son el relato de iniciación de un joven nacido en el seno de una familia judía en la ciudad de Nueva York de la segunda mitad del siglo XX. En ambas la pulsión sexual es leivmotiv. En Auster el tratamiento es convencional; en Roth -como siempre- es el camino del aprendizaje existencial. 



Si tomamos a Dickens como punto de partida, Auster camina de su mano como el buen hijo que nunca decepcionará al padre, mientras que Roth es el hijo díscolo que se suelta y corre antes de aprender a andar, siempre lleno de cuqueras, siempre en conflicto irredento con el padre literario. 


El Portnoy de Roth es desgarrado, grotesco, escatológico, radicalmente existencial y humano. Narración lineal, conflicto edípico con madre castradora. Roth, como siempre, es una herida viva, un conflicto constante con el género femenino.

Todas las versiones del Archie Ferguson de Auster son, sobre todo, un homenaje a la madre, a la ciudad de Nueva York y a la literatura. Mujeres. La madre biológica, la madre patria neoyorquina y el amor y el sexo -Amy- son las figuras a las que amar y venerar. Amy, ese personaje de dimensiones mitológicas. Inalcanzable.

El conflicto de la identidad en formación a lo largo de la vida se acomete sin ambages en Roth, que lo afronta tirándose a la piscina, llena o vacía, de cabeza. Auster prefiere transitar por su camino favorito: dar vueltas imaginarias por el laberinto de las versiones existentes de lo cierto frente a lo posible desde el sofá de su lujoso apartamento neoyorquino. Lo cierto y lo posible de las vidas de Ferguson se acaban confundiendo en lo que en realidad son: una imagen sentimental, dulce y nostálgica de las mejores cosas de la vida. Del mejor de los mundos posibles y probables. Nos enamoramos sin remedio del dickensiano Ferguson y de la quimérica Amy, del relato que se enamora de los relatos que aprende a escribir Ferguson, de esa Nueva York ensimismada en su propio arquetipo libresco.

Puro Dickens, puro encantamiento sentimental. 

Comentarios

Flag Counter

Entradas populares