Leviatán, Paul Auster


Esta semana leía un extracto de entrevista a Markus Gabriel que me impactaba: "nos autoengañamos para evitar la responsabilidad que se deriva de entender quiénes somos en realidad". La reflexión no es original; tampoco sé si es posible llegar a entender quiénes somos de verdad. Lo que me interesaba de la frase era eso de la "responsabilidad". No sabía entonces que esa frase conectaba directamente con el libro que acababa de empezar: Leviatán, de Paul Auster.

Lo había leído hace muchos años y, aunque entonces me gustó mucho, apenas recordaba nada. Hoy, tres días después, lo he terminado. Cómo necesitaba leer algo así.

El libro se construye aparentemente sobre la siguiente frase: "ése fue el suceso que inició toda la triste historia. María abrió la libreta y el diablo salió volando, salió volando un azote de violencia, confusión y muerte". En realidad, el libro es una delicada -y muy bien enmascarada- dialéctica entre la irrupción del azar en nuestras vidas y la responsabilidad de saber quiénes somos. Aún voy un poco más allá: de la responsabilidad que se deriva de actuar creyendo saber quiénes somos

Auster nos distrae hábilmente con los numerosos giros de la historia, con la prolepsis, con lo autobiográfico y lo autorreferencial y con símbolos tan importantes como el de la Estatua de la Libertad y la caída. Más allá de lo buena que es la novela por todo ello, me importa el conflicto moral que se plantea. Dos personajes alter ego del autor, Peter Aaron (Paul Auster) y Ben Sachs, representan las consecuencias que conlleva el ejercicio de la libertad de ser quién uno es con y sin autoengaños. En un momento de la novela dice Ben: "No, no fue así de sencillo. Corrí un estúpido riesgo, eso es todo. Hice algo imperdonable porque estaba demasiado avergonzado como para reconocer que quería tocarle la pierna a María. En mi opinión, un hombre que llega a tales extremos de autoengaño se merece cualquier cosa".

Peter Aaron se mantiene en el autoengaño de creer que las cosas son del modo en el que él las ve en un momento de su vida en el que la bondad que le inspira el amor por Iris (Siri) y su hija Sonia (Sofía) le impide adivinar la realidad que hay detrás de los actos que suceden delante de sus ojos. Es decir, se autoengaña y mantiene la inocencia y la ilusión de libertad.

Ben Sachs indaga constantemente en las razones de sus autoengaños, intentando no caer en ellos. El nivel de autoexigencia moral es tan alto, que su ejercicio de libertad moral desencadena la violencia y la autodestrucción.

Supongo que todos somos una mezcla de bondad, autoengaños y tendencias autodestructivas o destructivas a secas. Supongo que todos creemos saber quiénes somos y creemos que las cosas son como las vemos. 

Me pregunto, mucho en el último año, sobre la honestidad de los relatos que construimos sobre nuestras vidas y me pregunto, mucho en el último año, sobre la violencia que esos relatos desencadenan en las vidas de los que más queremos. Ejercemos la libertad y, con ella, la violencia. 

No sé si cabe moraleja en esta novela, si la hubiera podría ser: establecer el equilibrio entre el autoengaño, el autoconocimiento y el ejercicio de la libertad de nuestra vida. 
Pero creo que la novela en realidad muestra un enorme interrogante. Como Peter Aaron nos dice en ella: "los libros nacen de la ignorancia, y si continúan viviendo después de escritos es sólo en la medida en la que no pueden entenderse".

Comentarios

Flag Counter

Entradas populares