Never can say goodbye

La primera vez que me di cuenta de lo mucho que me gustaban las mesas vacías de un fin de fiesta fue en la boda en la que nos vimos sin vernos.
Me quedé un buen rato en aquel salón vacío viendo cientos de copas brillar en silencio mientras los demás abandonabais el restaurante.

Me hubiera gustado tener una cámara para fotografiarlo, pero no la tenía y ahora aquel momento, simplemente, forma parte de mí.

Me interesa lo que queda de nosotros en las escenas que abandonamos. Son la imagen detenida de una emoción que ya no forma parte de nosotros, pero que prolongará su representación varias horas más.

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