Joseph Anton, de Salman Rushdie

Hace unos días que acabé las memorias de Salman Rushdie. 700 páginas que me han costado más de lo que pensaba. No es que no me haya gustado -de hecho me ha encantado-, lo que ocurre es que se hace muy repetitiva la descripción del arresto domiciliario domiciliario que sufrió durante años y años, pero cómo no contarlo, claro.
Quitando las 400 páginas que le sobran a este respecto, la narración de Rushdie de su propia vida es una delicia. Cómo un personaje que siempre ha sido tan excesivo en su obra, en su vida pública y en la privada puede resultar tan encantadoramente discreto (es muy chocante, por ejemplo, el contraste entre la descripción de su última esposa y las fotos en las que aparece con ella aunque, la verdad, me importa un bledo que perdiera la cabeza, quién no la ha perdido alguna vez); resulta muy tierno cuando habla de sus hijos.

En cualquier caso el libro está lleno de anécdotas literarias entrañables: su cena con Thomas Pynchon, su amistad con mi querido Bruce Chatwin, cuando nos cuenta que Sophie Auster -hija de Paul Auster y mi Siri Hustvedt- pasaba en metro por debajo del World Trade Center en el momento del atentado, que Furia fuera a presentarse el día del atentado y que se convirtiera en un símbolo de la Nueva York feliz prevíctima del terrorismo, etc., (se echa de menos que no cuente más del proceso creador, eso sí).

Las páginas finales son muy emotivas y muestran su profundo amor por la literatura, que al fin y al cabo es lo que me tiene atada a este blog desde hace años. Dejo una pequeña muestra de ellas aunque hay otras muchas más páginas memorables.

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