De barcos de papel y escritura

Esta tarde he buscado uno de los ejemplares del Almanaque poético que compré a El Gaviero Ediciones, la editorial de Ana Santos, Ana Gaviera. Es una edición preciosa con los 12 poetas noveles de aquel año, en la que se adjuntaba una hoja a modo de catálogo de últimas novedades. Al final del catálogo se incluía algo, una de esas cosas que sólo pasan en las editoriales que hacen todo con mucho amor. Eran unas breves instrucciones sobre qué podíamos hacer con el catálogo en lugar de tirarlo una vez leído: un barco de papel. Todo ha sido muy raro porque ese barco de papel azul me ha llevado a otros barcos de papel, también azules.



Tengo un amigo escritor que, cuando salíamos, siempre pedía un whisky con un botellín de agua. Con el papel de la etiqueta de la botella de agua hacía un barco de papel que luego olvidaba en la barra azul del bar al que solíamos ir. Otro amigo, camarero, se dedicaba a recoger los barcos que quedaban por ahí al final de la noche y los guardaba en una caja.
Un día nos llevamos la caja a casa y la vaciamos sobre la cama. Contamos los barquitos. 
Había más de 2000.
Nos miramos, enmudecidos, y nos echamos desnudos sobre los barcos que, poco a poco, se iban pegando al sudor de nuestra piel y la teñían de pequeñas manchas azules. Después, también en silencio, recogimos los barcos en la caja y ya no recuerdo qué fue de ellos. 
Poco a poco vimos que los nuevos barcos eran cada vez menos y los cambios eran cada vez más: el escritor dejó el periodismo para dedicarse a la escritura. Su primer libro recopilaba los cuentos que habían surgido mientras hacía barcos de papel en noches interminables y azules. 
Noches que siempre fueron gozosas.


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