Las sesiones, de Ben Lewin

Las sesiones, de Ben Lewin, tiene un argumento bastante sencillo: Mark, tetrapléjico, decide a los 38 años dejar de ser virgen. Tiene sensibilidad y es capaz de tener erecciones, puesto que su tetraplejia no tiene origen medular. Para ello, con ayuda de su sacerdote, decide contratar a una “suplente sexual”. La película, en principio, no parece tener profundidad, es decir, no tiene silencios metafóricos que inducen al drama y a la reflexión, ni vacíos de significado que demandan implicación emocional del receptor, por ejemplo. El formato es casi de telefilme. Es una película, digamos, sin demasiadas ambiciones estéticas en apariencia.

El argumento se desarrolla desde el comienzo con una limpieza y sencillez sorprendentes. Pese a lo dramático del tema, el sentimentalismo fácil está fuera de lugar. Frente a otras como Intocable, de Olivier Nakache, en esta película no hay fuegos de artificio humorísticos, aunque sí un humor suave que resulta, simplemente, muy real.

Mi padre es discapacitado, cien por cien dependiente, desde hace cinco años. He reflexionado mucho en estos años sobre cómo es la vida –o cómo debería ser- desde ese lado y ni una sola vez se me había ocurrido que algo como lo que sucede en la película pudiera plantearse. Y eso tiene una explicación muy sencilla (y muy dolorosa para mí una vez descubierta). Cuando sobreviene algún tipo de discapacidad motriz y/o intelectual tendemos a pensar que -lo he corroborado en mi experiencia en entornos de discapacidad- ciertas facetas de la persona que la sufre mueren. 
En muchos casos quizás sea a así. Pero en otros muchos es seguro que no. La persona que antes tenía una integridad física y emocional fuera de toda duda pasa a ser un enfermo crónico. Ciertas necesidades, como las sexuales o afectivas, se obvian, se esconden. Los cuidamos y los atendemos, humanitariamente en el mejor de los casos. ¿Pero qué hay de sus vidas interiores si su intimidad depende enteramente de nosotros?

Precisamente esta es la cuestión que la película plantea de un modo exquisito. 
Los cuidadores de Mark son profesionales. Y eso es clave. No es lo mismo cuidar a tu padre que cuidar a alguien con quien no tienes un vínculo emocional profundo y toda una historia personal. El trato con el discapacitado desde esa perspectiva se convierte en trato humano (que contempla lo humano en su totalidad) y no en trato humanitario (en el que predomina el sentimiento de compasión). La profesionalidad del cuidador es lo que dignifica al dependiente, puesto que no hay sentimiento de deuda moral hacia el cuidador. Por ello puede establecer fácilmente con él una relación emocional equilibrada, sana.

La terapeuta sexual está representada por una maravillosa e impresionante Helen Hunt. No tengo palabras. Hay que verla, simplemente. Siempre me ha sorprendido la relación de Helen Hunt con su propio cuerpo en los papeles que elige, pero en esta película su trabajo actoral en el tratamiento de la intimidad, de la integridad física y de la sexualidad me ha dejado impactada. 
La iniciación sexual de Mark es progresiva y contempla paso a paso las posibles trabas emocionales y mecánicas del sexo: la piel, las caricias, la conciencia del propio cuerpo, la conciencia del cuerpo del otro, el enamoramiento que surge cuando compartes verdadera intimidad sexual... No cuento más, pero sí digo que la delicadeza y profesionalidad con la que se aborda el tema es algo que está muy lejos de cualquier terapia para discapacitados que yo conozca.

A través de la terapia sexual Mark recupera la identidad y la libertad -completas- que su enfermedad le había robado y puede retomar su vida como cualquier persona cuya movilidad no se ha visto afectada. Estoy convencida de que el disfrute pleno de la sexualidad, y el desarrollo de la afectividad a través de ella, es lo que nos hace felices de un modo profundo a todos, como muy bien se narra en esta película.

Ahora queda pensar en cómo trabajar esto en la vida de las personas que me rodean. Los problemas son evidentes y algunos ya los he nombrado: la no-profesionalización en el tratamiento de los discapacitados, que podría solventarse si en la mayoría de estos casos la economía familiar fuese desahogada. La falta de medios económicos provoca que el cuidado de estas personas quede a cargo de los familiares más cercanos.

Otra cuestión más profunda y espinosa es la generalización en nuestras sociedades del concepto de juventud, vitalidad y belleza no sólo como estado óptimo del ser humano, sino como vivencia mayoritaria. Lo grave es que no es verdad que lo normal sea ser joven, vital, bello y sano. Lo más frecuente, en realidad, es tener inseguridades emocionales, sexuales, de identidad… Además de la estadística obvia según la cual las sociedades del primer mundo somos sociedades envejecidas en las que la enfermedad y la discapacidad aumentan exponencialmente.

Pero sigamos mirando para otro lado. Sigamos escondiéndonos de lo que dentro de muy poco será nuestra propia realidad, ante la cual no tendremos herramientas profesionales ni personales para que pueda ser, como mínimo, digna.
Y cuando digo digna no me refiero a respetable.
Me refiero a merecedora de ser vivida.

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