Libertad, de Jonathan Franzen.

Después de unos días de lectura frenética, esta mañana me he encontrado leyendo y mirando alternativamente el retrato de Kitty Garman por Lucian Freud. Me quedaban 100 páginas para acabar y creía que, por primera vez, entendía la mirada del cuadro: aparentemente impasible pero llena de humanidad. Me parecía que en esa mirada se representaba cierta complejidad emocional y al mismo tiempo una especie de comprensiocompasión por todo lo relacionado con dicha complejidad. Una especie de "mirada abierta" ante su relación con el pintor. Una especie de mirada abierta ante todo.

Terminado el libro, me siento mucho menos comprensiva. Es más, me siento cabreada. Entiendo en cierto modo el cabreo de Lectormalherido ante el final de la novela, pero sospecho (quién sabe) que mis motivos para cabrearme son mucho más personales -y mucho menos literarios- que los de Alberto Olmos. 
Y por tanto se quedarán fuera de este, ya de por sí, blog demasiado personal. Pero es un cabreo profundo, intenso, que me tiene desde hace media hora llorando como una magdalena y que amenaza con convertir este libro en una especie de certificado de defunción metafórico sobre muchas cosas. Ante el que me resisto. Por eso lloro. 

Digan lo que digan, el libro es una puta maravilla.

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