Los Guardianes de la Espada y La Senda del Guardián, de Victoria Rodríguez.

No suelo comentar nada de los libros de lectura juvenil que me leo para mi Club de Lectura con mis alumnos. Más que nada porque lo normal es que sean novelitas sencillas de tramas más que previsibles, muy aburridas. Me cuesta horrores leerlas mientras miro de reojo los libros que de verdad deseo devorar. Todo sea por la literatura, por inocular el veneno libresco en mis tiernos adolescentes.

Pero con la saga de Victoria Rodríguez me he encontrado con cosas sutilmente diferentes. Dejando atrás el batiburrillo de leyendas artúricas y templarias que sostienen esta romántica historia de brujas y caballeros, hay elementos en la trama que la diferencian.
El don más valioso de la bruja protagonista es la empatía. No sólo puede ver los sentimientos de los demás, sino que se sensibiliza profundamente con ellos; es de la empatía de donde saca la fuerza y la inteligencia para actuar correctamente. El amor entre los protagonistas surge desde las relaciones de dominación o sometimiento, dependiendo de los casos. Estas relaciones se basan en el respeto por el otro y por sus deseos y necesidades, más allá del estúpido y ciego amor romántico, del choque clásico de egos de la novela romántica. 
El resultado es que queda un regusto como de sentimientos puros, brillantes. Ese tipo de sentimientos profundos que, cuando eres adolescente, te permiten ver el mundo desde otra perspectiva, más amplia que la de las rencillas y cotilleos cotidianos del instituto.
Muy recomendable.

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