Tango.


Cuando tienes veinte años los cuarenta te parecen algo así como los confines mitológicos de tu vida. Te preguntas cómo serás cuando llegue ese momento y te parece que la transformación será poco menos que metamórfica. 
Pero han pasado esos veinte años desde tu muerte, justo hoy, y ese periodo de tiempo que parecía perteneciente a la ciencia ficción no era “nada”, como dice el tango. Por eso, de aquel día recuerdo con nitidez cosas absurdas como que cuando hice pis en aquel cuartel de la guardia civil me encontré con que llevaba puestos tus calzoncillos. También recuerdo con ilógica insistencia que me había puesto sin darme cuenta un jersey muy fino de lana calada y que se me transparentaba el sujetador rosa. Eso me daba vergüenza y, sobre todo, mucho frío.

En aquellos días pensaba qué sería de mí cuando pasaran veinte años de todo esto, que sería de nosotros, si todavía pensaría en nosotros como “nosotros”, si te recordaría, qué quedaría de todo… Y ahora sé que después de veinte años de todo queda todo. Sigues apareciendo en mis sueños de vez en cuando, sigo recordándote casi cada día. Quien soy es ya para siempre inseparable de quienes fuimos nosotros y de quien tuve que aprender a ser cuando desapareciste.

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