Fresy Cool (Sh*t). ¿Sh*t? Eso quisieran algunos.


Fresy Cool es una buena novela. Y Antonio J. Rodríguez es un buen escritor.

Me he reído a carcajadas con algunas escenas y otras me han dejado pasmada. Me resulta difícil escribir sobre esto sin parecer pedante pero, ¿cómo puede alguien tan joven escribir algo como esto: “Me echo a temblar sólo de pensar en compartir mi existencia con alguien, pues técnicamente es imposible alimentar con el suficiente número de ideas una pareja condenada a contemplarse cada mañana y cada noche y quién sabe si cada mediodía y por supuesto en la totalidad de los fines de semana. […] digamos, en una conversación fluida, tres mil palabras propuestas por los dos miembros de la pareja conocedores ya de los fundamentos sobre los cuales descansa la psicología del Otro suponen, qué sé yo, ¿veinte minutos de conversación? Y el resto del tiempo, ¿qué hacer? ¿Desesperarse?, ¿el amor?... Desesperarse, claro”?
(Ahora sería el momento perfecto de decir un montón de cosas pedantes que no voy a decir por el simple hecho de tener un poco menos de 20 años más que el autor).

Por lo demás, toda la novela es perfectamente posmoderna. 
Ah, la posmodernidad, qué invento. 
Justo cuando las cosas se ponen interesantes desde un punto de vista emocional la ironía lo deconstruye todo y el chiste cultural enfría el ambiente. Porque a Barthes lo conoce cualquiera pero a Ricoeur NO y eso acaba abriendo alguna brecha por la que se precipita el escaso armazón afectivo de la novela.
Pero bueno, si de brillantez se trata desde luego la novela es brillante, sobre todo en la construcción de esa alegoría entre apocalíptica y alucinada del Madrid fin de siglo. O en las partes en las que aparece Lola Font (ah, Bolaño, Bolaño, cuánto queremos a Bolaño) en las que se intuye por dónde podría ir una narrativa de Antonio J. Rodríguez más verdadera.

Personalmente, preferiría que no fuese tan brillante y sí un poco más “humano”.


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