Taller de escritura.

El miércoles tuvimos la última sesión del grupo de cursos que he organizado este año. Era un taller de escritura creativa con Carlos Grassa Toro.
Nos apuntamos pocos, ocho en total.

Carlos nos pidió para comenzar que redactásemos qué esperábamos conseguir de la escritura, qué deseamos conseguir de la escritura y cuáles son nuestros sentimientos respecto a ella.
Este año he impartido por primera vez un curso a mis compañeros y me encanta ver cómo se transforman en alumnos, muy probablemente los alumnos que fueron de niños. Me encanta ver cuánto mostramos de nosotros mismos cuando estamos al otro lado de la docencia.Carlos es un zorro y supo hacer un retrato, una foto, de cada uno de nosotros con esas tres simples preguntas. Pero no se conformó con eso. Después nos pidió una autobiografía en verso. Vi compañeros a los que conozco leer su poema sonrojados. Vi cosas que nunca había visto de algunos compañeros y otras que intuía pero que no imaginaba que eran tan importantes para ellos.

Y me vi a mí misma frente a ellos. Y me di un poco de miedo, la verdad.

Luego la conversación derivó hacia derroteros que no esperaba pero que me reconfortaron: la literatura como artefacto, como mecanismo autónomo al margen de las historias. La literatura como sintaxis, como lenguaje. El canon, qué es un clásico, Atxaga, los letraheridos…

Miró los libros de Wittgenstein que llevaba debajo del brazo y me dijo con intención: un tipo muy listo ese Wittgenstein.

Sí, Wittgenstein es muy listo. Pero yo soy tonta perdida.

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