El Mapa y El Territorio, de Michel Houellebecq

Está claro que Houellebecq se inspiró en Lucian Freud para los cuadros de la 2ª etapa artística del protagonista, Jed Martin.

Pero… ¿De dónde sacó la idea de la última obra del personaje? La originalidad de la propuesta es innegable, aunque el significado se repite en otras obras de Houellebecq: la inexorabilidad de la naturaleza se impone a cualquier anhelo o voluntad humana. Estamos condenados a desaparecer sin trascendencia alguna.

Otro tema recurrente en Houellebecq, que también aparece en esta obra, es la imposibilidad de la utopía. En esta novela, la obviedad de la idea es tan incontestable que ya no se representa narrando su fracaso como en Plataforma, en Las partículas elementales o en La posibilidad de una isla.
Simplemente se vislumbra, casi por casualidad, cuando Jed revisa los proyectos arquitectónicos de ciudad utópica de su padre.

Pero hay en esta obra algo radicalmente nuevo respecto a las anteriores y que me llena de tristeza: Houellebecq ha renunciado al sexo, al poder de redención del sexo.
Sin el placer sexual desnudo, Houellebecq se revela como un estoico.

Y detrás de un estoico encontramos siempre a un idealista frustrado.

Por otra parte, el título alude a esa patraña posmoderna de la vacuidad del significado en las sociedades contemporáneas. Del simulacro de la realidad en la que vivimos, que supone la implosión de valores de corte absoluto.

Es mentira.

Y es verdad.

Quedan dos opciones: ser estoico o ser salvaje. Hay que elegir.



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