Jávea is Biutiful.

En el verano de 1998 yo tenía 26 años.
Tenía dos trabajos que escasamente sumaban un sueldo de 100.000 pesetas. Vivía sola y tenía un Seat Ibiza descacharrado. Me había pagado la carrera. Llegaba a fin de mes gracias al margen virtual, y eternamente postergado, de la tarjeta de crédito. Aquel verano, mi novio de entonces y yo nos fuimos de camping al Festival de Benicàssim con el poco dinero que teníamos. Ya que estábamos allí, me sugirió, podríamos acercarnos a ver a un compañero de estudios millonario que tenía un chalet en Jávea.
Su abuelo, poseedor de los derechos de autor de Los Pitufos, entre otras cosas, había comprado allí una montaña a finales de los años 50, justo cuando comenzaba el boom inmobiliario que sacó al litoral español de la modorra de la faja y del cilicio del bañador blindado.
Soy una persona abierta y con conversación. Sus amigos belgas, gente encantadora. Y forrados.
Pero en el transcurso de aquellos 4 días fui enmudeciendo poco a poco: qué podía compartir con un tipo que decía que iba a dedicar el próximo año a "pensar". Con otro que decía que los cubatas en Saint Tropez le costaban 20.000 pesetas cada uno. Con otro que había alquilado un chalet por 1.000.000 de pesetas al mes. Con la borrachera de champán que, a 500 pesetas la botella, comenzaba todos los días a primera hora de la tarde.
Al cuarto día le dije a mi novio que me sacara de allí.
Jávea era demasiado Biutiful para mí.

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