Beso.

Salgo del hospital y está anocheciendo. 34 grados.
La ciudad hierve en la noche cálida del viernes: muslos y brazos desnudos que brillan recién hidratados después de la ducha; el pelo todavía húmedo. Las chicas sonríen prometiendo y los chicos anticipan en sus caras inquietas el placer de la madrugada.

Yo me voy a casa.
Mañana vuelvo a las 8 de la mañana, otra vez a contemplar la vida desde la ventana del hospital.
Al menos tengo un poema que leer del otro Manolito, el poeta que también era impresor, como mi padre, también Manuel.

"¡Qué sola estabas por dentro!

Cuando me asomé a tus labios
un rojo túnel de sangre,
oscuro y triste, se hundía
hasta el final de tu alma.

Cuando penetró mi beso,
su calor y su luz daban
temblores y sobresaltos
a tu carne sorprendida.

Desde entonces los caminos
que conducen a tu alma
no quieres que estén desiertos.

¡Cuántas flechas, peces, pájaros, 
cuántas caricias y besos!

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