Trenes hacia Tokio, Alberto Olmos.


Llevo un buen rato pensando qué escribir sobre este libro.

Y he llegado a la conclusión de que me está costando tanto escribir esto porque me gusta mucho Alberto Olmos.
Me gusta Hikikomori (1) y me gusta Juan Mal-Herido. Me gustan mucho.

Podría decir muchas cosas: que es una novela impresionista, que el narrador en 1ª persona se hace pasar por un mero registrador lingüístico de acontecimientos, que hay páginas llenas de vacío, que se lee de tirón de puro fácil. Podría decir que lo que me pasa es que me hubiera gustado leer la sangre y las vísceras que se derramarían en una novela de Juan Mal-Herido, el sexo y el semen, los coños.
Podría decir que no me ha gustado. Pero no sería verdad.
La verdad es que la prosa de Olmos, como la buena literatura, es discreta, va horadándote por dentro sin que te enteres, va dejándote un poso acre que no terminas de saber de dónde viene. O sí.
Viene del mismo sitio en el que nace tu angustia: la ternura.

(1) De lo mejorcito de Hikikomori, aquí.

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