La Vanguardia: los happy twenties y los dirty thirties.

Acabo de comenzar el diario de Anaïs Nin, Fuego, que relata lo acontecido en la vida privada de la autora entre 1934 y 1937.

Cada vez que leo un texto de los años 30 no puedo evitar hacer un viaje, a medias entre lo intelectual y lo sentimental, a aquella época. En general, me enternece y emociona la literatura y el arte de los primeros 30-40 años del siglo XX.

Cuando se habla de Vanguardia, a uno le vienen a la mente imágenes felices de los primeros coches, de los uniformes relucientes apenas estrenados para la Gran Guerra, de melenas a lo Kiki de Montparnasse y de las primeras piernas femeninas al aire libre en siglos. Poemas alucinados en forma de hélices, poetas que nacen a los 33 años bajo las hortensias y los aeroplanos del calor, lo incónico y tribal en unas señoritas de Avignon, el champán, lo intrascendente, el fetiche...

La Vanguardia europea y la española viven en diferentes tiempos, pero ambas pretenden dinamitar, gozosas y deshumanizadas, la abulia y el pesimismo existencial de Fin de Siglo. Sin embargo, es un hecho innegable que la Vanguardia se teñirá muy pronto con la sangre de la Gran Guerra y el juego intrascendente se conviertirá en expresionismo existencial.

José-Carlos Mainer, en su ensayo La edad de Plata, habla de la humanidad latente detrás de las primeras vanguardias:
"La realidad es que el testimonio artístico de la década que acababa (happy twenties) había estado muy frecuentemente bastante lejos de ser tan deshumanizado como podía deducirse de las líneas orteguianas de 1925. [...]
Detrás de la fascinación ante las cataratas de objetos industriales -automóviles, saxofones, dancings, ciudades gigantescas, masas sin rumbo, deportes dislocados-, ¿no hubo un reflejo de la loca carrera inflacionista que abocó a la crisis financiera de 1929?
Detrás de la búsqueda de unidad -geometría exacta del poema o del cuadro, precisión del lenguaje- por encima de los epifenómenos dispares, ¿no se oyó la pregunta epistemológica que se platearon filósofos como Edmund Husserl y Ludwing Wittgenstein?
Detrás de la disolución de la novela clásica -realista- y su reemplazo por un relato densamente poetizado y profundamente introspectivo, ¿no hallamos la disgregación de lo consciente que Freud inició muchos años antes, la potenciación de lo intuitivo sustentada por Bergson, o, en una visión más amplia, la anulación de la personalidad ante el mundo del capitalismo de organización y agresión que instrumentó -con las masas de obreros parados y de pequeño-burgueses desclasados- el fenómeno universal de los fascismos? [...]
Lo que se reprochaba al naturalismo era precisamente su ceguera ante todo lo que no fuera epidermis de la vida cotidiana, su impermeabilidad para lo imaginativo (que también forma parte de la "realidad" del individuo), su incapacidad para penetrar en los estratos más hondos de la conciencia, su manía de perseguir un proceso argumental lineal."

La renovación de la novela europea -y también de otras formas artísticas- tiene mucho que ver con estos planteamientos. Una de las novelas, a mi parecer, más representativas de la síntesis entre la vanguardia lúdica y la rehumanizada es El Maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov, escrita entre los años 1928-1940.
La novela es una fábula moral tremendamente divertida y emocionante. Supone una reivindicación feliz de la vida, del amor y de la fiesta. Es un alegato surrealista y simbólico a favor de la imaginación más desbordante, un homenaje al romanticismo y al lirismo, una crítica feroz a la estulticia de las masas aburguesadas. Margarita abandonará a su marido, pero emergerá victoriosa porque su amor por el Maestro se basa en una profunda unión espiritual y sexual, incluso cuando están separados.
Las novelas de vanguardia tienen en común el abrazo al mundo moderno de la tecnología y el progreso, el desprecio a la hipocresía y conformismo de la sociedad burguesa, el canto al amor más allá de las convenciones sociales, la exploración incansable del yo intelectual y emocional más allá de los límites de la conciencia.

He leído muy poquito del Fuego de Anaïs Nin, pero parece innegable que su vida, sus diarios, son deudores de su época.

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