La última noche en Twisted River, John Irving.


La última noche en Twisted River no es una mala novela. Si es la primera novela que lees de Irving, te emocionará; pero si es la segunda novela que lees del autor quizás no te entusiasme tanto: no hay nada nuevo.
Como ocurre en muchas de sus novelas, La última noche en Twisted River se nutre de la propia experiencia vital del autor: el protagonista es un escritor; está ambientada en su mítica Nueva Inglaterra; el drama que pone en funcionamiento los engranajes de la acción narrativa se sustenta en el sentimiento de orfandad y el contexto de violencia que rodean al protagonista; los secretos que determinan su existencia; la muerte traumática y sus consecuencias… En definitiva, está presente la inconfundible mitología vital y literaria del autor.
Irving es un narrador clásico, de esos que jalonan sus novelas con abundantes hitos épicos que dirigen hábilmente las emociones del lector hacia los personajes que le interesa destacar. Sus obras se ciñen casi a la perfección a los resortes estructurales del cuento clásico que señaló el mítico estudio de Vladimir Propp (Morfología del cuento ruso). Ésta es, sin duda, su mayor virtud: la narración clásica en sentido antropológico.
Su objetivo es “construir mundos completos”. De aquí que venere el concepto de trama, pues “es el engranaje que mueve cualquier buena historia, ya que ésta se construye, supone un trabajo de arquitectura y de estructura”. Cada novela de Irving es un mundo completo que se inserta en su particular universo narrativo.
Pese a la gran cantidad de referencias biográficas en sus novelas, me llama la atención su obsesión narrativa por la muerte de un hijo sobre los 20 años, en accidente automovilístico, con tintes macabros, y en el contexto de estaciones de esquí tanto en Una mujer difícil como en La última noche en Twisted. He estado investigando y no he encontrado ningún dato biográfico que corrobore tanta coincidencia. Quizás la narración del trauma de la pérdida por muerte trágica en accidente de tráfico sea un remedo de su sentimiento de pérdida/orfandad por no haber conocido a su padre hasta que fue adulto. Para quienes hemos visto morir a alguien a quien queríamos mucho en accidente de tráfico, el sufrimiento de los personajes de Irving nos golpea especialmente.
Por otra parte,  el fantástico personaje del salvaje Ketchum bien justifica la lectura de la novela. Y qué ganas de ir a Vermont me dejan siempre Irving y Cunningham.



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