Nocturnos y algo más.

Este verano de insomnio ha resultado pródigo en lecturas nocturnas, baños nocturnos y mojitos nocturnos. Mientras me decidía a empezar El hombre sin atributos, de Robert Musil*, la emprendí con Nocturnos. Cinco historias de música y crepúsculo, de Kazuo Ishiguro. Un nocturno musical hace referencia a una pieza tocada a momentos y después dejada a un lado. Eso son exactamente los cinco cuentos de Ishiguro: espléndidas narraciones que se desmoronan (o abandonan) en el clímax narrativo. Las historias son realmente buenas y ese matiz crepuscular (muy en sintonía con el crepuscular hastío modernista de sus personajes) está realmente conseguido. Pero no dejan de ser decepcionantes, al menos para los grandes amantes de la narración pura y dura (como soy yo), esos finales deshilachados, secundarios, como si sus mediocres personajes no merecieran otro final más rotundo.
También la emprendí con La elegancia del erizo, de Muriel Barbery. Sí, lo sé, pero cayó en mis manos por casualidad. Del libro en cuestión se han dicho muchas memeces. La autora es muy hábil construyendo a esos personajes llenos de encanto: la pequeña Paloma superdotada, la portera filósofa Renée y el amante ideal, el señor Ozu. Estoy dispuesta a aceptar la historia como una fábula elitista sobre el poder de las/los feas/os (pero inteligentes) en un mundo superficial, hasta ahí, vale. Pero que tenga un final tan cutre me irrita sobremanera. Es como cuando les mando a mis alumnos que inventen una historia de final sorprendente y la finalizan diciendo "al final todo había sido un sueño". La torpeza de la narradora, a la que los personajes se le han quedado francamente grandes, se evidencia en la imposibilidad de componer un buen final feliz, un buen más que merecido final feliz. Y nuestro personaje preferido muere atropellada por una furgoneta justo en el último momento. Ups.

* (Las tribulaciones del estudiante Törless, escrita en 1906 y publicada poco antes de la Primera Guerra Mundial, es la primera novela de Robert Musil.
Nacido en Austria en 1880, Robert Musil escribió la autobiografía de su juventud en el espléndido relato sobre Las tribulaciones del estudiante Törless. Es un adiós retrospectivo a su propia adolescencia y, por otro lado, el adiós a un mundo que no volvería a ser igual después de la Primera Guerra Mundial. La andadura del joven Törless es el símbolo de la peripecia de todo adolescente que asiste a la quiebra del idílico mundo de la infancia y a la defenestración de sus mitos, pero también es una muestra de la profunda crisis de valores del hombre de principios del siglo XX, que vemos en tantas novelas de esta época.
José-Carlos Mainer, en su ensayo La Edad de Plata, define como autobiografías generacionales en el marco de un naturalismo cargado de simbolismo a un grupo de novelas españolas que presentan características muy similares a la novela de Musil. La voluntad, de Azorín, Camino de perfección, de Baroja, ambas de 1902, o El árbol de la ciencia, de Baroja en 1911, reflejan la misma introspección angustiada del personaje protagonista que lucha por mantener sus valores espirituales mientras indaga con espíritu científico en la auténtica naturaleza de la vida y del ser humano. Antonio Azorín, Fernando Osorio, Andrés Hurtado y el joven Törless, todos alter ego de sus autores, se enfrentan a esa vida diversa, ondulante, contradictoria, en la que no hay asidero posible, valores eternos; en la que detrás de lo más puro, el regazo materno, se esconde el perfume embriagador de la sexualidad.
La línea entre acción y contemplación, entre vida y razón, entre ciencia y poesía, entre sexualidad y pornografía no es tan clara como estos personajes quisieran, y de ahí sus frustraciones, con la gran diferencia de que Antonio Azorín, Fernando Osorio y Andrés Hurtado son literalmente fagocitados por el torrente de la vida, sin que lleguen a encontrar nunca la fortaleza moral suficiente para hallar el equilibro en estas dualidades.
Nuestro joven Törless se acerca más al joven Sinclair en la novela Demian, de Hermann Hesse, 1919, que espera con optimismo el advenimiento de nuevos objetivos y valores que sustituyeran a los tradicionales después de la Primera Guerra Mundial. Pero Musil va más allá que Hermann Hesse en la introspección psicológica de su personaje, así como en la presentación de su desbordante sensualidad. La presentación del conflicto espiritual de Törless es más delicada y profunda. La novela rebosa arriesgadas y complicadas metáforas, crípticos símbolos que describen minuciosamente la búsqueda ansiosa de nuevos valores espirituales que nos permitan aprehender la realidad.
Como Sinclair, Törless sale triunfante de su lucha interior. Deja el internado con la superioridad moral de quien ha comprendido algo importante. Comprende que la vida y la espiritualidad son ambiguas, contradictorias, que, como nos dice el propio Törless al final de la novela, “las cosas son las cosas y que siempre serán siendo ellas mismas, y que yo las veré ora de una manera, ora de otra. Ora con los ojos del entendimiento, ora con los otros… Y ya no intentaré compararlas, cotejarlas.”
Aprende Törless que la realidad hay que abordarla desde una perspectiva múltiple y gozosa, y que en el disfrute subjetivo de sus matices está la clave de la existencia plena. De martinainterior.blog.com)

Comentarios

  1. Me encanta. TODO lo que citas lo he leido. Tenemos un amontonamiento de fuentes comunes. Eso está bien: evidencia que no hay relación causa efecto, que este carusel gira en muchas más que sólo dos direcciones :D. Musil fue un referente importante en su momento. Ya no. El erizo me gustó a pesar de tanto como la critican; el chafamiento final es una anécdota, un happy end en realidad, contrapuesto con el que debería haber sido (el suicidio de la niña), si lo piensas. Hesse era un pelma. La Voluntad, Camino de Perección y El Árbol de la ciencia me resultan jodidísimamente antiguas, dado el momento en que se escriben y considerando lo que se escribía entonces en el resto de Europa y se va a escribir a partir de 1919... En fin

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  2. ¡GRACIAS!
    Me gusta eso que dices de que no necesariamente hay causa-efecto en todo y que, afortunadamente, este carrusel gira en más de una dirección y hace posible que seamos políticamente antagónicos y culturalmente algo más que afines.
    Besos y abrazos.

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