El huerto de mi amada, La cuarentena y demás.

Hace ya unos días que terminé de leer, a la vez, El huerto de mi amada, de Bryce-Echenique, y La cuarentena, de Le-Clézio. Por otra parte, como mis alumnos de 2º de bachillerato tienen como lectura obligatoria Luces de Bohemia, también le he dado otro buen repaso (todo sacrificando más horas de sueño).

La primera es un hilarante relato, ambientado en la decadente y abúlica alta sociedad limeña, que narra desde una perspectiva de brutal ironía y eternos circunloquios, la pasión entre una hermosa treintañera y un avezado quinceañero. Entre despistes orgasmeantes y sonoros fracasos de los mellizos Céspedes, escuderos de este Quijote genial, Carlitos Alegre, se desmenuzan verdades como puños que se reducen, básicamente, a: la pasión se agota en sí misma.
Mientras lo leía, en medio de una gastroenteritis, vi casualmente el
Alfie (brillante) de Michael Cane.
Y claro, todo mezclado me quedó muy como de "aviso para navegantes" en veleidades romanticoides.
La cuarentena es ya otra cosica. Maravilloso relato ambientado en unas descarnadas islas volcánicas, próximas a Mauricio, en medio del Trópico. La naturaleza transforma por completo al protagonista, León, y se convierte en una nueva forma de espiritualidad y vivencia del amor. Lleno de un vocabulario preciosista y exacto, me retrotrajo a aquellas jornadas que pasamos mi hermana, una amiga y yo en Boca del Cielo, México. En aquella casa en medio de un palmeral, solas, quemando cocos para ahuyentar los mosquitos por la noche y escribiendo a la luz de las velas, dando palmadas mientras paseábamos para espantar a las culebras y demás. También con aquel Pacífico fosforescente que emitía luz propia en una noche sin contaminación lumínica.
Más allá de un entorno que te fagocita por abrumador, hay pocas cosas: una humanidad esencial, sin razas, sin clases sociales, en armonía con la muerte y con el amor puro de los que se pertenecen sexualmente. Algo así cuenta Le Clézio en esta novela.

Por otra parte, ahora la he emprendido con
Sólo un muerto más, de Ramiro Pinilla, otra vez, después de leerme hace unos veranos, la inmensa y épica Verdes valles, colinas rojas. Pinilla es un autor necesario para todo aquel que le interese "la cuestión vasca", sobre todo si es ignorante en la materia, como yo. También estoy liada con Crimen y Castigo, una de las novelas de mi libro electrónico (sí, tengo uno, ya comentaré la experiencia).

Por ahora ya tengo bastante. Y eso que no cuento que me tengo que leer, también por la selectividad de mis alumnos, El cuarto de atrás, de Martín Gaite, qué coñazo, de verdad, no me extraña que aborrezcan la literatura si tienen que leer obligatoriamente estas caspas.
¡Ostrás!, se me olvidaba que también he leído After Dark, de Murakami, pero por eso mismo se me olvidaba: nada nuevo, podría haber sido perfectamente un episodio satélite de Tokio Blues, o un cuento de Sauce ciego, mujer dormida.

Ahora sí. Vale.

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