Purity, Jonathan Franzen
Hace
casi un año que no leo nada o casi nada. El dolor de desmontar la propia vida
ocupa todo el tiempo que me queda después de trabajar y atender a mi hijo.
El
país de las últimas cosas, de Paul Auster, Sumisión de Houellebecq o La
sinagoga de los iconoclastas de Rodolfo Wilcock, han sido algunos altos en el
camino durante estos meses. El momento en el que
termino de decidirme a leer a Franzen coincide con que tengo cuatro días de vacaciones en
soledad por delante. 700 páginas finiquitadas de un plumazo. Recuerdos,
emociones y recomposición de identidades.
Me
enfadé mucho en el primer centenar de páginas de la novela. La histeria
femenina más estereotipada quedaba bien patente en el personaje de Patty
Berglund en Libertad, su novela anterior a Pureza, pero encajaba bien en la
novela y era necesario para poner en contraste al santo de Walter Berglund, en
mi opinión uno de los personajes más entrañables y queribles de la narrativa
contemporánea. Un idiota dostoievskiano. Conmovedor.
Mi
enfado con Franzen proviene esta vez de que la grandeza moral recae de nuevo sobre
el personaje masculino (Tom Aberant), mientras que la fragilidad, la histeria,
lo histriónico, la incoherencia y la mezquindad recaen sobre los personajes femeninos, junto a la sumisión al pene
masculino (literalmente: léase la sumisión de Anabel a Tom Aberant,
chupándosela durante 27 días al mes porque ella sólo puede correrse los otros
tres días restantes (what?!), coincidiendo con la luna llena (what?!?!); o Pip,
a la que se le derrite el cerebro por el deseo sexual ante el poder de Andreas
Wolf). Es cierto que Leila es un
personaje más complejo y definido, coherente. Pero también es cierto que tiene
cincuenta y tantos años y no es bella. El resto de personajes, con alguna
excepción, son veinteañeras bellas, inteligentes y con grandes pechos (what,
what, what?!?!). Supongo que hay que vender libros…
Pero
la verdad es que con Franzen las cosas nunca son sencillas. El libro guarda un delicado
equilibrio entre la mala literatura y el gran relato. La bestia narradora que
es Franzen se revela en la descripción de personajes. Internet, la moralidad en
torno al manejo de la información y la elección entre manipular o no a las
personas por lo que averiguamos de ellas acaban siendo una pobre excusa que
Franzen teje como escenario para poder meter la cuchara a fondo en aquello que
le interesa: las emociones, represiones, pulsiones y monstruos interiores del
ser humano. Bienvenido sea hasta el happy end, aunque sólo sea para volver a sentir
la cuchara de palo franzeniana removiendo mi cerebro.
Ya
dije que los anteriores libros de Franzen me habían costado sangre, sudor y
lágrimas. Y éste, pese a que vuelve a remover (la cuchara de palo), me ha
servido para poner en perspectiva muchas cosas. Para poner en perspectiva quién
era cuando leí Las Correcciones y Libertad y quién soy ahora.
Me
sirve, sobre todo, para hacer mi propia corrección sin que esta vez me cueste
ni sangre, ni sudor, ni lágrimas.
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