Divorcio en el aire, Gonzalo Torné
Hace algunos años, en un viaje, comentaba con un amigo lo mucho que me cansaban las novelas que yo denominaba "burguesas". Novelitas sobre matrimonios en ciudades como Madrid, Barcelona, Burgos o Zaragoza. Relatitos de conflictos de pareja o familiares en cuya problemática solía subyacer algún desequilibrio emocional forjado en la infancia de los protagonistas: hermanos envidiados, padres ausentes, madres descastadas, etc. En la narrativa española de las últimas décadas -y con ello me podría remontar hasta Unamuno, por poner un tope- hay novelas así a docenas.
Claro, que por aquel entonces yo tenía menos de 30 años. Y lo que consideraba ejercicios retóricos en torno al aburrimientito y a los dramitas burgueses resultaría ser, en realidad, la literaturización de la vida de la mayoría de nosotros. No es que yo en la veintena fuera alguien que soñara con grandes aventuras épicas para mi propia vida, pero me imaginaba la madurez repleta de otro tipo de emociones. Ingenuidad por mi parte, por supuesto. (Todavía me caigo del guindo en -muchas- ocasiones).
Claro, que por aquel entonces yo tenía menos de 30 años. Y lo que consideraba ejercicios retóricos en torno al aburrimientito y a los dramitas burgueses resultaría ser, en realidad, la literaturización de la vida de la mayoría de nosotros. No es que yo en la veintena fuera alguien que soñara con grandes aventuras épicas para mi propia vida, pero me imaginaba la madurez repleta de otro tipo de emociones. Ingenuidad por mi parte, por supuesto. (Todavía me caigo del guindo en -muchas- ocasiones).
Gonzalo
Torné, con Divorcio en el aire, ha escrito una de estas “novelas burguesas”.
Con semejante título la cosa no llevaba a engaños: el argumento es claramente
imaginable; la estructura -in media res- es de lo más clásica. ¿Qué puede
diferenciarla de obras de autores como Millás, Martínez de Pisón, Puértolas, Azúa,
Marías y tantos otros?
Por ejemplo, el cuidado del lenguaje. Su prosa es tan elaborada que, viniendo de leer a McEwan o Roth, me llegó a parecer artificiosa. Sin embargo, no lo es. No es artificiosa. Es, simplemente, la hostia. Y no sólo es que escriba bien, con un buen dominio del léxico y tal, es que es un animal narrativo. Tiene ese don que sólo tienen los grandes contadores de historias: ritmo épico. El lector (avezado) puede ver en las obras de este tipo de escritores todo el artificio narrativo, pero no puede sustraerse al encantamiento del ritmo con que se narra.
Por ejemplo, el cuidado del lenguaje. Su prosa es tan elaborada que, viniendo de leer a McEwan o Roth, me llegó a parecer artificiosa. Sin embargo, no lo es. No es artificiosa. Es, simplemente, la hostia. Y no sólo es que escriba bien, con un buen dominio del léxico y tal, es que es un animal narrativo. Tiene ese don que sólo tienen los grandes contadores de historias: ritmo épico. El lector (avezado) puede ver en las obras de este tipo de escritores todo el artificio narrativo, pero no puede sustraerse al encantamiento del ritmo con que se narra.
Pero
hay más. Mucho más. Lo que hace de Gonzalo Torné uno de los buenos -a mi parecer-
es la ironía, la sátira, la ternura y la verdad con las que aborda el gran
drama del hombre burgués: el difícil equilibrio entre la necesidad de emociones
profundas y el tedio al que nos aboca la vida burguesa.
Que va a sacudirnos hasta el final. Vaya si va a sacudirnos.
Que va a sacudirnos hasta el final. Vaya si va a sacudirnos.
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