Dos amigas, Elena Ferrante

No voy a hablar de Elena Ferrante, ni de toda la polémica literaria que hay alrededor de su figura y que tan bien les viene a las editoriales para hacer el agosto.

Agosto y Cabo de Gata de la mano de la Ferrante. Fue como volver a la adolescencia: era verano y yo con una tetralogía entre las manos, qué más se puede pedir. La saga es sencilla: dos amigas a lo largo de toda su existencia, un personaje mítico al estilo de Lisbeth Salander y otro, Elena, que vive para contarlo. Lenú es un personaje literal y Lila es un personaje sobrenatural, sin embargo Lila no existiría sin el relato de Lenuccia, del mismo modo que Lenú no tendría nada que contar sin el contrapunto de la vida de Lila.

Ambas se casan, tienen hijos, envejecen, se frustran, se enamoran, son felices y desgraciadas, todo de lo más vulgar. Pero como la Ferrante sabe muy bien, hay dos cosas que hacen que un relato vulgar sea siempre extraordinario: la resonancia poética y el héroe maldito, en este caso, heroína.

Lila pertenece al verdadero mundo, el del horror, el de la violencia extrema de las relaciones humanas, el del vacío existencial. Mientras que Lenú representa la visión inocente, lineal, de la existencia. La mezcla de ambos personajes es tierna y apasionante.

La Ferrante construye el relato tan cuidadosamente que no se ven los hilos. Va dejando pequeñas huellas poéticas, plenas de significado que, sin saberlo, se van sedimentando dentro de nosotros. Hasta que el resorte narrativo las hace estallar, justo cuando no nos acordábamos de ellas. Analepsis y prolepsis, narrativa con estructuras lingüísticas propias de la poesía: un relato que construye sus propios significados en la subjetividad, cuyos significantes remiten a sí mismo y sólo a sí mismo.

Qué más puedo pedir.

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