Elegía para un americano, Siri Hustvedt.

Mi trabajo me permite conocer gente nueva todos los años.
Compañeros con los que comparto un año bastante intenso, unos desaparecen al término, con otros los vínculos perduran durante años. Tengo una costumbre (algo impertinente) que consiste en preguntar a aquellos compañeros por los que siento mayor afinidad qué libro me recomendarían para el verano.

La pregunta, muy íntima, lo reconozco, siempre los incomoda (prueba de que no me he equivocado sintiendo dicha afinidad), pero acaban cediendo. El año pasado mi compañera MJ me recomendó esta novela. Hace 5 años, cuando coincidimos por primera vez, me recomendó Una casa en el fin del mundo, de Michael Cunningham. Hoy le he escrito agradeciéndole su recomendación, aunque no le he dicho lo mucho que me ha sorprendido que las dos novelas tuvieran la misma textura sentimental.

Ambas novelas tienen el mismo calado emocional: sus personajes son pura vida, luchan por crear un mundo propio en el que poder vivir sus emociones. No hay prejuicios, la vivencia del amor, la familia, la muerte se lleva a cabo desde la moral individual o, a lo sumo, desde la moral común al grupo humano (inclasificable muchas veces) que forman los personajes.

Ambas novelas hablan de la identidad personal, claro. Pero en la novela de Cunningham no es el núcleo temático de la novela. En la de Hustvedt, sí:









Aunque comienza de un modo muy convencional, consigue en muy pocas páginas atraparnos porque establece un equibrio delicioso entre humanidad y ficción narrativa. Una historia tan manida como puede ser indagar en los secretos de la vida de un padre recientemente fallecido es el mecanismo argumental que permite florecer con emocionante naturalidad a unos personajes entrañables.

La novela está llena de reflexiones sobre el discurso interior y lo externo, el difícil equilibrio entre ambas realidades, las múltiples personalidades que nos habitan, la imposibilidad de que sean ciertos conceptos como la impersonalidad...

Es curioso.

Yo no sé nada de psicología, neurociencia o filosofía. Pero últimamente tiendo a pensar que no es verdad que seamos muchos en uno solo.
Más bien creo que somos los mismos y que esas partes que creemos que son otros sólo son aquellas que nos resistimos a aceptar que puedan ser nuestras.
Queremos coherencia, unidad, salvar las grietas.
Pero las grietas no existen, lo que existe es una profunda unidad en cada uno de nosotros, una profunda coherencia que algunos se niegan a aceptar en todos sus matices y de ahí el conflicto entre lo interno y lo externo.

Quizás deberíamos ser más clementes con nosotros mismos y acariciarnos, consentirnos de vez en cuando, cuidar con mimo hasta lo que no nos gusta de nosotros mismos, así la habitación siempre sería salvaje.

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